CAMILO PORTA, LA IMAGINACIÓN CONSTRUCTIVA

A. M. CAMPOY (ABC, 1991)

  

Camilo Porta (Zaragoza, 1932), profesor de Dibujo, en posesión de un expediente académico brillante (sus obras han merecido premios de la Escuela Superior de BB. AA. y de la Academia de San Fernando; su taller de mosaicos es bien conocido en España y en Estados Unidos, así como sus retratos de alcaldes de Madrid, y un largo etcétera), cuando pinta se olvida, en su literalidad, de las disciplinas que imparte y hasta se desconoce como pintor aragonés, pareciéndose mucho más a los pintores del Cantábrico (como le ocurría al andalucísimo Vázquez Díaz, intérprete supremo de Fuenterrabía). Por cierto que algo (en ocasiones, por fortuna, mucho) del poscubismo de Vázquez Díaz puede advertirse en la obra de Camilo Porta, en sus grises acerados, en la brillante sequedad de las tierras, pero sobre todo en el cuasi modelado de la figura, en el rigor arquitectural a que quedan sometidas  las composiciones. Este poscubismo es más eficaz cuanto menos elocuente se hace, y acaba siendo más pura geometría que ese sueño de volúmenes neoyorquino que, por otra parte, tan bien puede representar al pintor. Representarlo como una imaginación que construye en mayor y más idónea medida que la proyección del mero natural. Los puertos de Camilo Porta, sus ciudades (Toledo grandioso), las mujeres que suelen acompañar a los paisajes, están siempre recreados desde la eficacia plástica, lo que confiere una gran unidad a toda la obra, siempre en posibilidad sostenida de obra mural. Un eros entre solemne y misterioso informa a estas criaturas tan pictóricamente modeladas, un silencio de naturaleza poética lo cobija todo, ensordinando el grito del colorista temperamental que el pintor es. Los retratos tienen intimismo y sobriedad. Pero, en esta exposición, el gran protagonista es el mar, inmarcesible ocasión de juventud. Camilo Porta, tan veterano ya en exposiciones, no deja de sorprendernos nunca con esa sensación de descubrimiento, de promesa renovada…

 

 

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ANTONIO CORRAL CASTANEDO

De la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid (1998)

 

Para nuestro desasogiego y nuestra dicha, el mar continúa estando presente en la pintura de Camilo Porta. Ese mar semejante a un cielo aborrascado que intentara destruirnos, o quizá cobijar a nuestra destrucción, entre sus centelleos nocturnos; entre sus nubes, sus polvaredas o sus barcas náufragas, calafateadas de dolor, de emoción, de rebeldía o de piedra.

 

Y, cuando el mar no aparece es, sin embargo, un presentimiento, una presencia invisible que anega la humanidad de sus paisajes, tallándonos en geometrías nuevas -que nada tienen que ver con el cubismo- esgrimiendo el trallazo de esos sus murmullos cromáticos, como los que ocultan en su laberinto interior las caracolas, y también las almas tristes y desorientadas.

 

Pintura, la de Camilo Porta, muy meditada, valientemente concebida, resuelta en originales planteamientos rezumantes de bellos, hirientes y difíciles equilibrios. Pintura enriquecida desde la sobriedad. Y siempre moderado, y a la vez revitalizado, su expresionismo desde el grito sereno que trenzan los sugerentes diálogos entre los planos, las atmósferas y los volúmenes.

 

Hay en estas composiciones, tan calladas y a la vez resonantes, todo un despliegue a media voz, pero muy profundo, de simbologías, de preocupaciones metafísicas y hasta de planteamientos filosóficos. El hombre con su problemática se encuentra analizado, fustigado, comprendido, interrogado, en estas creaciones de Porta en las que cada mancha, cada gama, todas las vetas y las geometrías del paisaje, adquieren fuerza y rotundidad de ideas y de palabras exactas.

 

Por eso, toda su obra nos atrae con sus calidades de pintura pura, con sus muy personales valores estéticos, formales y coloristas. Y a la vez, nos intranquiliza y nos apresa. Porque en ella, como en un espejo al mismo tiempo cruel y comprensivo, nos sentimos reflejados. Y, de esa manera, a cada cuadro incorporados para siempre con talante de indefensos mascarones de proa, curtidos y llagados de intemperies, en busca de algún barco o de alguna singladura. Igual que sus seres: esos bellos y desconcertantes mascarones con alma, tan heridos de melancolía."

 

  

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LA EXPRESIÓN COMO INSTRUMENTO DE LA IDEA

VICTORIANO CREMER

La Hora Leonesa (1979)

 

(…) Camilo Porta, un pintor en el cual se nos dan por esencia y por añadidura aquellos signos positivos que abonan la mejor voluntad plástica: un dibujo, perfectamente adaptado y disciplinado, una utilización de la materia no como tal, es decir no como elemento inerte, sino como medio de expresión, una ejemplar disposición de las formas por cuanto estas aparecen en función del obligado equilibrio de las figuras o de los objetos y, pienso que de manera absolutamente superior, la utilización del color como lenguaje.

Un lenguaje en el cual se ha impuesto un ritmo interior, una vibración represada, que en ningún caso se convierte en tumulto. Aquí el color se acendra, se fija sobre el lienzo, convierte no solamente cuanto toca sino aquello sobre lo que proyecta su luz, en pura pintura.

Pero pintura no estática, sino dotada de movimiento, de ritmo, de armonía. Un ritmo, por otra parte, que emana no de la formulación meramente pictórica, sino de la vida latente, de la sugestión que el objeto promueve.

Así, las marinas de Camilo Porta, que por algo en algún proceso de su biografía artística acometió la tarea de antologizar el tema marinero, rompen los preceptos tradicionales y se convierten en gloriosos fundamentos de una visualización pictórica singular, por cuanto tanto los objetos, las cosas, los elementos –el aire, el agua, la misma barca varada- se inscriben en un proceso de muy singular ordenamiento y mando: el de convertir lo accidental en sustancial. En transformar lo inerte en vivo, en proclamar lo vivo en lo pintado.

En suma, en ejercer sobre las cosas, sobre el paisaje, sobre las figuras de su mundo, una función y oficio de taumaturgo. Cuando Camilo Porta desdibuja la figura o entenebrece la perspectiva, o indefiniza la composición total, en verdad lo que está haciendo es someter a la imaginación del contemplador al sano ejercicio de re-inventar el proceso de creación. Y así, la pintura de Camilo Porta ejerce tanto una misión de gozosa sorpresa cuanto un prodigioso trabajo de estimulación.

Algunas de las composiciones presentadas en esta primera demostración en nuestras salas y en nuestro curso, por Camilo Porta bien pueden rescatarse para una muestra antológica sobre el mejor tratamiento que conviene a la pintura cuando de verdad se persigue, al margen de cualquier truculencia gestual, pintar. Nada menos.

 

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RAFAEL BENEDITO

Gazeta del Arte (1976)

 

Nada más entrar en la exposición y enfrentarte a sus cuadros, realizas que Camilo Porta es la pintura misma. Sinceramente, no cabe crítica ni comentario en esta ocasión, pues el que esto escribe, con el bagaje de su emoción ante lo que es arte, se entregó por entero a la contemplación de esta magnifica muestra, que se presenta bajo el lema de “Camilo Porta y el mar”.

 

Todo en esta pintura que entra por los ojos al instante de contactarla revela la fuerte personalidad artística y pensante de su autor. Es arte que habla de lucha sin cuartel, de enfrentamiento con la materialidad para alcanzar el dominio de la materia por el espíritu. El pintor se encarna en los cuerpos y las vidas de los protagonistas de sus cuadros y se representa a si mismo en cada obra. La angustia, el dolor, la sublimación de lo sentimental, el esfuerzo y la lucha por la supervivencia, están presentes en cada uno de esos cuadros que te provocan el sentir la vida en sus más elementales presupuestos existenciales.

 

Es un maestro del dibujo, como revelan sus tintas, con las que tan fácilmente podría justificar la evasión de sus más decantadas reglas. Allí ya se muestra por parte del artista dominio y seguridad. Claridad de diseño y perfeccionamiento en la estructura de su grafismo.

 

En los óleos todo es adecuado y está al servicio de la personalidad expresiva que define al artista como uno de entre los mejores sin duda de nuestra actual pintura: fuerza en el proyecto, calidad en los planteamientos de composición, profundidad y perspectiva, personalidad del color y sobre todo talento para expresar e interpretar, sin necesidad de recurrir a la fácil copia de la realidad. Podríamos decir que la nota preponderante del pintor aragonés nos la proporciona su valentía artística, que le ha lanzado a la aventura de la búsqueda difícil de una estética muy personal y de muy difícil realización. Lo más importante es que la ha encontrado y esto para goce de los espectadores y videntes de sus cuadros.

 

  

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LA CAPACIDAD CREATIVA DE

CAMILO PORTA

Félix Ferrer Gimeno (1976)

 

Hay una indudable capacidad creativa  en la obra de Camilo Porta y un deseo de querer sucederse sin desrealizarse. Y es esta responsabilidad de artista consciente con su tiempo, quien va marcando esta nueva trayectoria en que se mueve ahora este gran pintor aragonés.

Camilo Porta está dominando la pintura para que no se le apodere. En este alumbramiento encuentra fuerzas y reelabora una obra que parece desintegrar la materia para dejarla en la nada. Rasga la forma, la descompone y entra en ella en un desenfrenado arrebato.

Camilo Porta es un pintor muralista, de amplias concepciones. Lo marcadamente formal y anecdótico no le interesa. Necesita de la entidad independiente, de la carga de vivencias, de la propia sensibilidad que transforma y encadena todas estas contingencias que enriquecen el arte.

Radiografía del hombre y el paisaje, en una exaltación mítica de ese hombre de la mar en su cristalización agria de la lucha por la supervivencia, con sus miserias, con su sangre. Hombres doloridos y glorificados en el amor y la entrega a los demás. No busquemos en la pintura de Camilo Porta marinas ensoñadas, dulces, nostálgicas.

Entra en una abstracción coherente de la forma para llegar al expresionismo amargo, como un aguafuerte de la vida. Agresivo en su concepción plástica, en su manera de hacer. No quiere ser servil, limitado en las constantes que origina toda obra de creación. Pintura viva, armoniosa.

Oficio sabio que le permite llegar al esqueleto, entrar en la sustantividad del alma, y abrir sus alas hacia ese mundo suyo que nos envuelve y revela el sedimento humano que va dejando en esta magnífica obra.

 

 

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ANTONIO GAMONEDA

Diario de León (1979)

 

(...) Con frecuencia, los paisajes de Porta aparecen “habitados” por figuras que, insinuadamente escultóricas parecen soportar la gran soledad impartida sobre el espacio de su entorno. De estas impresiones mías, debo deducir que Porta practica un meritorio equilibrio entre las exigencias –sus propias exigencias- formales y su inclinación a forzar éstas de manera que cada cuadro comporte una “lectura” poética.

Existen datos muy concretos que parecen confirmar mi hipótesis. Son frecuentes las representaciones de cuerpos humanos desnudos, protagonizando un ámbito pictórico. Pues bien, estos cuerpos nos entregan su presencia en sugestiones volumétricas, gravitan sobre las obras de manera muy próxima a la de las morfologías no humanizadas, pero estas figuras no nos entregan su rostro, no se concretan en fisonomías individualizadas sino que funcionan como protagonistas anónimos de una composición. Desde mi punto de vista esta es otra manera de crear la sugestión de “misterio”, de una secreta significación que resulta presidencial en esta pintura.

Otro tanto podría decirse de la infinita inmovilidad de esas barcas varadas sobre un mar solidificado también en la inmovilidad.

El mundo permanece quieto, apenas un escondido temblor, una compactada vibración lumínica, intentan manifestarse sobre la “piel” de estas obras como si aspirase a situarse en la eternidad.

 

 

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JAVIER LÓPEZ

Diario de Jaén (1989)

 

(...) Camilo Porta, pintor pasional, pintor símbolo. Sus cuadros, cargados de pesar, se resuelven en un mundo desesperado llenándolos de un pesar intransigible y épico. En ellos, el dolor es un telón pajizo que lo envuelve todo y que todo lo niega.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANTONIO CORRAL CASTANEDO

El Norte de Castilla (1979)

 

¿Dónde están aquellos sus puertos en sombra, aquellos sus mares y sus barcos nocturnos, aquellas sus playas vacías recortando tinieblas?

¿Dónde están aquellos paisajes desolados que –quizá para enterrar o desenterrar su soledad cual si se tratara de una gaviota cruel, de una gaviota muerta- multiplicaban en ecos sus reflejos reconcentrados, ensayando cristalizaciones con sus gamas profundas, con sus espacios armónicamente quebrados?

 

Camilo Porta ha dejado en libertad, ha permitido que afloraran, los colores innumerables que yacían más allá de sus sombras, que se escuchaban tras de sus superficies nocturnas, que estaban allí dando variedad y enriqueciendo a sus delicadas tinieblas.

 

Y es que el vacío, la soledad, continúan siendo una de las constantes de su pintura. Porque estos seres desamparados y desnudos que a veces parecen huir de sí mismos, que escrutan el horizonte junto al mar, nos lloran el abandono de sus cuerpos a medio modelar, hechos de arena con sol vencido, de barro ensimismado. Tienen, por ironía, una majestad de dioses vencidos, de dioses expulsados del mar, estos hombres de arcilla a medio tallar, cual si les hubiera dejado a medio crear, a medio hacer, un dios arrepentido o compadecido. Y ahí están solos a la orilla de la soledad del mar. Como está sola esa pareja que pasea por las afueras desterradas de una gran ciudad, o la que en la noche empieza a convertirse en estatua muy cerca de unas estatuas que, de un momento a otro, van a convertirse en hombres; o esa otra estatua que camina en “Nocturno en el parque”, mientras huyen los coches en dirección contraria por la gran avenida, asustados ante su aparición. He aquí un lienzo impresionante en el que Porta parece enfrentar el vulgar acicate, las ansias vulgares, de la fría mecanización y el mundo de la espiritualidad, de lo poético y de lo mágico.

1979 - NOCTURNO EN EL PARQUE (89x116cms.)
1979 - NOCTURNO EN EL PARQUE (89x116cms.)

Sus lienzos parecen poblados de soledades que están cerca, pero que se ignoran; que, encerrados en su clima, se nos muestran dolorosamente distanciadas. Y así sus seres no se identifican con el paisaje y el paisaje no termina de acogerles, de arroparles. En sus bodegones los objetos, defendiendo cada uno su ambiente, no llegan a formar una unidad, un coro. Y ahí radica esa tensión casi en carne viva que nos contagian sus lienzos y el desconcertante milagro de esas composiciones en las cuales el equilibrio se logra, pese a sus formas o elementos en desacuerdo, aislados, en contradicción. Lienzos a los que Porta traslada –a través de una plasticidad pura, directa y limpia, muy poco descriptiva, valientemente descarnada y sosegada y tierna, también impetuoso- la realidad de nuestra realidad, el desconcierto y hasta el cansancio con ansias de una justificación del mundo que nos rodea, nos atormenta y nos asfixia.

 

Camilo Porta, más que describir, sugiere; más que concretar, esboza. No son las suyas realidades idealizadas, sino ideas y obsesiones que se materializan. Y para la más directa exposición o matización de esas ideas o de esos fantasmas, sus pinturas, tan personales y tan depuradas, aparecen unas veces tratadas con unos trazos o unas manchas ligeras y sueltas que ponen en valor el lienzo casi desnudo al que acortan para hacerle vibrar. De pronto, sus pinceladas empastan generosamente, trabajando y puliendo los espacios. Espacios que resulte en un tratamiento de cubicaciones o de geometrías rotas o a los que extiende o difumina dejando en ellos como un aura sin peso, como una niebla etérea y en evolución.

 

Son originales sus interpretaciones de Castilla. Por ejemplo, en esos ocres que asciende en sobrio espiral inventando un cerro que, a su vez, inventa un pueblo o un castillo; o en ese campo en el atardecer, rico en variaciones cromáticas, al que desmitifica haciéndole surcar o rompiendo su encantamiento con la verdad muy actual, aunque poco idílica, de un campesino montado sobre el burrito esquelético de una bicicleta.

 

Sus retratos tan sobrios de color y de formas, esa su gran composición en la que unos cuerpos desnudos, con ímpetu de oleaje, con estremecimiento muralista, abandonan el mar para romper contra nuestra emoción y contra nuestra mirada, como contra un acantilado; sus pequeñas notas cargadas de evocación y de lirismo; toda la muestra- múltiple, rica en variaciones, en modulaciones y en descubrimientos- no hace sino confirmarnos su categoría indiscutible de pintor. Pintor que sin ninguna preocupación comercial -preocupado tan sólo por expresarse a través de los colores y de las formas- nos intranquiliza, nos sorprende, nos hace partícipes de su mundo tan real y tan misterioso, tan cotidiano y tan mágico. Esto es arte. Esto es Pintura.